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Saturday, April 24, 2021

Desastre en el Paraiso

Hace mucho tiempo que no escribo, pero releyendo algunos de los relatos de mi tiempo en la Universidad y en China, me he reanimado a escribir nuevamente. La memoria es débil y tesorar estas experiencias en palabras es precioso.

Esta es una pequeña crónica de nuestra experiencia durante el huracán María en nuestro último año en Puerto Rico.


San Juan, Puerto Rico

Septiembre 30, 2017

Con nuestra experiencia viviendo en Florida, USA y en el Caribe ya por más de 10 años uno se acostumbra a los huracanes y sabe como cuidarse. En esta ocasión ya veníamos del golpe de Irma que nos se dejó sin luz y agua por 10 días, lo cual nos trajo incomodidades menores pero nos preparó para María. Al ver que María iba a ser supremamente intenso compré pasajes a Colombia para Montana (Tana) y Rosa pero la vida nos tenía otro plan. El vuelo fue cancelado el martes y el huracán llegaba el miércoles. Nosotros vivimos en San Juan, justo en la playa en un piso quinto. El apartamento tiene ventanas laminadas pero no tormenteras (placas de metal que van por fuera que se instalan durante las tormentas). Decidimos entonces que Tana y Rosita pasarían la noche del martes y el miércoles con una familia amiga a media cuadra que viven en un piso más bajo y con tormenteras. Yo pasaría el huracán en nuestro apartamento y si las ventanas no resistían, pues pasaría el huracán en al hall del ascensor que no tiene ventanas. Nos separamos el martes en la noche. Los vientos empezaron desde las 11 pm del martes, a las 12 am se fue la luz, a las 4 am los vientos eran muy fuertes ya. Cuando vi que un almendro grande que queda en frente de nuestro edificio se partió por la mitad y que las ventanas del edificio del frente estaban siendo literalmente arrancadas por el huracán, cogí una botella de agua, el gato, una silla, un radio, una linterna y me fui al hall del ascensor. El huracán generaba cambios de presión constantes y el ruido del viento era infernal...de repente sentí que mi silla se estaba moviendo y pensé que estaba sugestionado del susto pero no, el edificio se movía como cuando hay un temblor de tierra. Fueron varias horas aterradoras, ya como a las 8 am bajó la intensidad y entré al apartamento, estaba completamente inundado con agua como a 4 cm. Inmediatamente moví todo lo que estaba en el piso y empecé con un recogedor y con un balde a sacar agua, saqué -sin exagerar- más de 30 galones de agua. La presión del agua y el viento era tal que el agua se metió por los aires acondicionados que están empotrados en las paredes de las habitaciones. Hacía las 10 am la gente empezó a salir, en mi edificio había apartamentos con las ventanas arrancadas en pisos arriba y abajo del nuestro, nuestras ventanas quedaron intactas... Bajé a la calle y para ambos lados solo se veían árboles y postes caídos bloqueando el paso, mucho vidrio de todas las ventanas rotas de los edificios, aires acondicionados arrancados de los edificios, pedazos de concreto, etc. Entre los vecinos sacamos todos los escombros que más pudimos para abrir paso en las calles. También ayudé junto con otros vecinos a dos señoras de edad que viven en mi edificio que estaban mentalmente destrozadas pues perdieron sus ventanas y por ende todo lo de adentro. Lo bueno realmente era que solo había pérdidas materiales a nuestro alrededor, nadie estaba herido o muerto. Las comunicaciones colapsaron por completo el 98% de las torres de celular de la isla quedaron sin funcionar porque dependen del sistema de energía eléctrica que colapso también casi por completo. Ya por la tarde logré verme con Tana, nos dimos un abrazo y le dije que se quedaran allí pues no era seguro salir a la calle por todos los escombros y cosas que había por ahí colgando.

Al día siguiente, después de limpiar el apartamento lo mejor posible y de botar las cosas que se dañaron por la inundación, la planta de nuestro edificio solo dio abasto para zonas comunes, así que no teníamos ni agua ni luz ya que la bomba del edificio necesita energía para suplir agua a todos los apartamentos. Otros vecinos, que habían logrado salir de la isla antes del huracán, nos había ofrecido su apartamento; fui a inspeccionarlo y también le había entrado agua pero muy poca, y su planta estaba funcionando perfecto, teníamos ya un lugar para vivir. Todo esto gracias a Tana que ha hecho amistades de personas muy generosas en nuestra comunidad. La isla quedó gravemente incomunicada, sin televisión o internet, solo quedó una emisora de radio funcionando y esa fue nuestra línea principal para enterarnos de la devastación a lo largo y ancho de la isla. En nuestra zona quedamos en un parche donde quedaron algunas torres de celular activas y podíamos así tener señal intermitente para comunicarnos. Pudimos entonces avisar a nuestras familias que estábamos bien y que teníamos comida y agua para aproximadamente dos semanas.

El Gobernador instauró un toque de queda de 6 pm a 6 am. La devastación y daño en vías principales de algunas zonas de la isla causó un colapso en el suministro de gasolina y diesel. Empezamos a racionar las horas de planta en el edificio. Ya al cuarto día se acabó el diesel de la planta. Los celadores del edificio tampoco podían llegar por la situación. Básicamente cada uno tenía que luchar por lo suyo. Nos enteramos que a una cuadra estaban saqueando negocios y entrando a robar a las casas y apartamentos durante el toque de queda. Algunos restaurantes que tenían planta abrieron por unos días y solo dejaban entrar gente conocida. Uno tras otro, los restaurantes iban cerrando a medida que se quedaban sin diésel para sus plantas. En la radio se escuchaba que estaba llegando ayuda masivamente y desde el apartamento veíamos muchos aviones militares y helicópteros llegando constantemente. Sin embargo, había serios problemas logísticos y la ayuda inicial estaba enfocada en zonas completamente destruidas y en rescatar a gente que requería atención médica. El suministro de gasolina se reactivó a cuenta gotas y apenas abrieron una bomba que quedaba a una cuadra de la casa. El barrio se transformó, se llenó de carros y gente haciendo filas eternas. El supermercado que queda a dos cuadras abrió y la misma cosa, filas interminables y la cantidad de productos por familia era racionada. Los carrotanques de gasolina venían escoltados por el ejército. Nosotros restringimos nuestros movimientos a los apartamentos de nuestras familias amigas que quedaban a menos de una cuadra.

 

Llegó el Sábado, dado que yo fui el único de mi trabajo que vive en un área donde había señal de celular me convertí en un puente de comunicación para coordinar los esfuerzos de la casa matriz desde USA. Se coordinó un envío en un avión con 5000 libras de suministros, teléfonos satelitales, y un especialista en informática para instalar una antena para internet satelital en la oficina. El objetivo de la compañía ahora no era el negocio sino asegurarse de que todos los empleados estuvieran bien. El avión aterrizó en el aeropuerto militar de San Juan y, a pesar de que el aeropuerto solo queda a 20 minutos de mi casa me demoré el doble en llegar, me encontré con calles inundadas y muchos obstáculos en las calles. Iba en un Jeep que un vecino me prestó pues mi carro es bajito. Con gente que logró reportarse a la oficina armamos un convoy de vehículos de carga. La compañía también envió a dos especialistas en seguridad, búsqueda y rescate armados fuertemente, las armas las llevaban en talegas de golf para no intimidar a la gente, que aquí no está acostumbrada a ver policía o ejército con armas pesadas. Normalmente en Puerto Rico los celadores no están armados por los costos de los seguros. Nuestras oficinas quedan en una región agrícola en el sur de la isla, la primera instrucción fue cubrir nuestros tanques fijos de gasolina y diesel. La oficina se convirtió entonces en un centro de acopio y de distribución de suministros (pan, agua, pañales, pilas, medicina, etc.) para los empleados. Junto con el especialista en relaciones públicas de la compañía, difundimos mi teléfono por radio para que los empleados que estaban desaparecidos reportaran su estatus.

Dadas las condiciones decidimos que lo mejor era salir de la isla pero, a pesar de que teníamos pasajes comprados, nuestro vuelo era pospuesto constantemente; el aeropuerto estuvo cerrado por los daños un par de días y reabrió pero solo para aviones con suministros y equipos de emergencia. El martes nos enteramos de la posibilidad de un vuelo de evacuación aérea coordinado por la cancillería de Colombia y la Fuerza Aérea Colombiana (FAC). Logré comunicarme directamente con la cónsul Colombiana en Puerto Rico y me confirmó la noticia, me dijo que estuviera pendiente que posiblemente sería miércoles o jueves.

El martes transcurrió sin mayor novedad, la ciudad empezaba a oler a basura y agua estancada, no hacia brisa, el mar oscuro de todas las inundaciones y descargas de la isla, el cielo nublado, y había llegado una nube de polvo del Sahara que encapotó la ciudad haciéndola ver aún más triste. A eso de las ocho de la noche, le dije Tana “no creo que lo del vuelo de la FAC sea haya concretado para mañana”. Nos fuimos a dormir. A las 11:40 pm alguien tocó la puerta, me levanté y fui a ver cuidadosamente... era la vecina del piso, nos quería avisar que habían podido conseguir diesel para la planta del edificio. Aproveché entonces y revisé mi celular y tenía un montón de llamadas perdidas y textos de mis Papas tratando de comunicarme que el vuelo de la FAC era una realidad y que debía estar en el aeropuerto de San Juan en la zona de llegadas a las 7:30 am del miércoles. También le comuniqué los detalles a la prima de mi mamá y su familia, que también estaban tratando salir de la isla. Desperté a Tana y le dije “amor nos vamos mañana, hay que terminar de empacar”. Le toqué la puerta a los vecinos de piso y les pedí el favor de que nos llevarán al aeropuerto y aceptaron sin reparo alguno. Puse la alarma y nos fuimos a dormir nuevamente.

El miércoles me levanté a las 5:30 am, desayunamos algo ligero y nos fuimos para el aeropuerto. Llegamos a las 7:20 am y había cuatro buses que ya se veían llenos. Un muchacho de la cancillería nos vio y nos dijo “ustedes tienen prioridad porque tienen un niño, súbanse a este bus”. Nos subimos al bus y era el bus de familias con niños y estudiantes. Seis horas después, dieron la orden de movilizar los buses a la parte de atrás del aeropuerto a donde estaban llegando los aviones militares. El avión de la FAC estaba a plena vista al fondo y nos llenó de felicidad. Finalmente le dieron la orden al bus de que parqueara como a dos cuadras, nos dijeron bájense y caminen con sus maletas hacia la puerta de acceso. Seguimos las instrucciones, yo cogí nuestras dos maletas, y Tana a Rosita y al gato, -si hasta el gato nos trajimos!-. La puerta de acceso era un mar de gente, policías, soldados, vehículos, etc. Me metí entre la gente, llegué a donde un oficial de la cancillería y procesé los pasaportes. Caminamos hacia la puerta de acceso a la pista y me paró un guardia, le dije “estoy autorizado para subir a ese avión y vengo con un niño”, nos dejó entrar y vi a la cónsul, me dijo algo como “dale súbanse rápido, el avión tiene que despegar pronto”. El avión era un 727 militar de pasajeros, sin ventanas, sin aire acondicionado, pero era nuestro vuelo de regreso! Pasó como hora y media en terminar el caótico abordaje, el calor dentro del avión era insoportable, mi camisa estaba empapada en sudor, los bebes llorando, etc. Rosita estuvo muy tranquila siempre, no lloró y se mantuvo jugando, tal vez percibía que solo era cuestión de horas para estar de nuevo en nuestra linda Colombia con los abuelos. El avión se llenó de 180 almas rescatadas y tristemente no vi por ningún lado a la prima de mi mamá, no cupieron... pero la cónsul se quedó en tierra consolándolos y coordinando esfuerzos para otro vuelo a día siguiente... a las 2:30 pm empezó a carretear el avión y finalmente despegamos!

A las 4:30 pm aterrizamos en una base militar en Barranquilla para dejar a los que vivían en la costa, nos bajaron del avión y el cambio en el ambiente era notable! Nos recibió un militar alto y nos dijo “Bienvenidos, ya no hay afán, están seguros, están en su tierra!” nos dieron agua y nos llevaron a un salón. Las familias con niños fueron llevadas a una sala que tenía aire acondicionado, televisión para los niños y sillas cómodas. Hacia las 6 pm despegamos hacia Bogotá. Al aterrizar ya la noche había caído, nuevamente bajamos primero las familias con niños y los ancianos. A los niños les repartieron unos saquitos antes de bajarse. Ya en tierra, nos recibieron los ángeles de la Cancillería, La Cruz Roja y la Fuerza Aérea con frazadas con la bandera de Colombia estampada y nos dirigieron a una sala. Allí hicieron valoraciones médicas para lo que las necesitaran y nos dieron un refrigerio. Tana, ya dándose cuenta que estábamos al otro lado, empezó a llorar y nos abrazamos todos. Recogieron los pasaportes para hacer la inmigración y al cabo de hora y media nos montaron a una camioneta de la Cruz Roja para ir a entregarnos a donde nuestros familiares. Allí estaban parqueados mis Papas esperando ansiosos, nos abrazamos todos, ya todo había terminado.


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